lunes, 7 de enero de 2019

Domingo trece.



Hoy tomé el “tour” al arco de Cabo San Lucas, paseo en panga  compartida para ocho personas, que incluye, nadar y bucear entre lobos marinos.
Abordamos en el muelle principal, mi hermana, sus dos hijas, una pareja de recién casados originarios de Aguascalientes en plena “luna de miel” y un par de estudiantes de la Ciudad de México en viaje de regalo por su reciente graduación. Estos últimos presumiendo de buzos expertos, mostrándose emocionados porque ahora si van a ver de cerca los lobos marinos, ella dice que en La Paz no pudieron, por estar cerrada la lobera de la Isla Espíritu Santo debido a recientes ataques de las hembras para proteger a sus crías. –“Una turista japonesa y dos españoles casi pierden las piernas por la mordedura del animal, eso sí está grueso.” dijeron.
Los lancheros se presentaron con amplia experiencia en transportar turistas, son de Acapulco, Gro. Recién llegados al estado. -Aquí hay más chamba, comentaron.
Después de una hora de paseo aproximadamente, llegamos al lugar indicado,  se reparten los visores y aletas, indicaciones preventivas y, de pronto, la estudiante se cae por la popa, se cimbra la embarcación, el motor echa humo, al tiempo de que la escuchamos gritar pidiendo auxilio.
Sobresaltados, todos nos acercamos a ver qué pasaba y por poco volcamos la lancha, solo se veía el agua teñida de rojo.
¡Todos a sus lugares!, ¡apaga el motor, rápido!  Ordenó el capitán al tiempo que se tiraba al agua para prestar auxilio, detrás de él, hace lo mismo el acompañante de la muchacha, improvisan una especie de camilla con chalecos salvavidas para mantenerla a flote y aplican un torniquete en el muslo derecho utilizando la liga de un visor, el resto de la pierna como un hilacho.
Perdió el conocimiento muy pronto, entre todos ayudamos a subirla utilizando la cuerda del ancla, ya en la cubierta se veía muy pálida y por más que se apretaba la liga no dejaba de sangrar, hice presión sobre la herida con unas toallas que rápidamente se saturaron de sangre. Su amigo trataba de enderezarle la pierna. La recién casada con un ataque de nervios, asistida por su esposo y mi familia asustada volteada para el lado contrario para no ver la escena.
Otra vez al mando de la panga, la tripulación pidió ayuda por radio a la capitanía del puerto solicitando una ambulancia. Fue un regreso a toda velocidad.
Al llegar al muelle, solo vimos un gentío apuntándonos con sus teléfonos celulares flasheando y estorbando a los paramédicos.
Así terminó el paseo dominical, unos al hospital, otros al hotel, los lancheros y un servidor aquí declarando en la comandancia.
Eduardo Sánchez



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