lunes, 15 de abril de 2019

Calma



Espejo marino que reflejas mástiles cansados,
árboles de acero desnudos de velas,
de ramas y nidos que al viento reclaman matinal ausencia.
Muelles que nacieron en bosques lejanos
alinean las naves,

sosegadas balsas,
remos y motores que aguardan al hombre para navegar.
Antes que sorba café,
quietud de banderas,
palmas somnolientas,
todo ha sido calma,
por los siglos de los siglos,
amén.

Eduardo Sánchez

martes, 8 de enero de 2019

Choya mañanera




Quise expandir la mente
iluminar las ideas
enfrentar página nueva,
y me dispuse a viajar.

Al sureste concentrado
en los granos de café,


que tañen en la charola
de la báscula al pesar.

Bronceados en el fogón
monótono tostador,
en medio del ruido intenso
de motores de molino.

Unos quieren solo un cuarto
en su bolsa de metal,
yo uno cortado con leche,
con su copete de espuma.

Ahí se juntan los aromas
desde Oaxaca hasta Chiapas
mezcla expres, caracolillo,
Nayarit y Coatepec.

¿Cuánto vale el medio kilo?
-de la casa, por favor,
en taza de porcelana
una onza de placer.

Ya comienza la nostalgia
mientras los sorbos se agotan,
al ver de la taza el fondo
que nos anuncia el final.

¿Con que molido lo quiere?
para filtro de papel
con espacio para leche,
deme dos para llevar.

Saboreo la fina espuma
saludando a los amigos
con cucharita de acero
gusto el borboteo final.

Suena la registradora
las monedas en la barra,
nos vemos, hasta mañana,
adiós, que le vaya bien.



Eduardo Sánchez 



lunes, 7 de enero de 2019

Domingo trece.



Hoy tomé el “tour” al arco de Cabo San Lucas, paseo en panga  compartida para ocho personas, que incluye, nadar y bucear entre lobos marinos.
Abordamos en el muelle principal, mi hermana, sus dos hijas, una pareja de recién casados originarios de Aguascalientes en plena “luna de miel” y un par de estudiantes de la Ciudad de México en viaje de regalo por su reciente graduación. Estos últimos presumiendo de buzos expertos, mostrándose emocionados porque ahora si van a ver de cerca los lobos marinos, ella dice que en La Paz no pudieron, por estar cerrada la lobera de la Isla Espíritu Santo debido a recientes ataques de las hembras para proteger a sus crías. –“Una turista japonesa y dos españoles casi pierden las piernas por la mordedura del animal, eso sí está grueso.” dijeron.
Los lancheros se presentaron con amplia experiencia en transportar turistas, son de Acapulco, Gro. Recién llegados al estado. -Aquí hay más chamba, comentaron.
Después de una hora de paseo aproximadamente, llegamos al lugar indicado,  se reparten los visores y aletas, indicaciones preventivas y, de pronto, la estudiante se cae por la popa, se cimbra la embarcación, el motor echa humo, al tiempo de que la escuchamos gritar pidiendo auxilio.
Sobresaltados, todos nos acercamos a ver qué pasaba y por poco volcamos la lancha, solo se veía el agua teñida de rojo.
¡Todos a sus lugares!, ¡apaga el motor, rápido!  Ordenó el capitán al tiempo que se tiraba al agua para prestar auxilio, detrás de él, hace lo mismo el acompañante de la muchacha, improvisan una especie de camilla con chalecos salvavidas para mantenerla a flote y aplican un torniquete en el muslo derecho utilizando la liga de un visor, el resto de la pierna como un hilacho.
Perdió el conocimiento muy pronto, entre todos ayudamos a subirla utilizando la cuerda del ancla, ya en la cubierta se veía muy pálida y por más que se apretaba la liga no dejaba de sangrar, hice presión sobre la herida con unas toallas que rápidamente se saturaron de sangre. Su amigo trataba de enderezarle la pierna. La recién casada con un ataque de nervios, asistida por su esposo y mi familia asustada volteada para el lado contrario para no ver la escena.
Otra vez al mando de la panga, la tripulación pidió ayuda por radio a la capitanía del puerto solicitando una ambulancia. Fue un regreso a toda velocidad.
Al llegar al muelle, solo vimos un gentío apuntándonos con sus teléfonos celulares flasheando y estorbando a los paramédicos.
Así terminó el paseo dominical, unos al hospital, otros al hotel, los lancheros y un servidor aquí declarando en la comandancia.
Eduardo Sánchez



domingo, 6 de enero de 2019

Soledad



Desde el abismo obscuro
donde avizoro la luz,
hasta el desenlace grave,
soledad, nos acompañas.
Rueca, huso, cartabón,
como tijera afilada,
magnitud del cruel destino,
eres el cómo y cuándo.

Herida lacerante,
desamparo, abandono,
desolación humana
frente al cosmos gigantesco.

Ordinaria, aterradora,
nunca serás colectiva.
Acompañante obligada,
obscuridad, frío y silencio.

Terror en el accidente,
tortura que nos secuestra,
amargo sabor de boca,
soledad acompañada.

Fracasada virtual,
que canjea la compañía
del más cálido abrazo
por resplandor de pantalla.
  
Eternamente buscada,
que con tu encuentro propicias,
crecimiento y reflexión,
por el espíritu inquieto.

Condición afortunada
de libertad ejercida,
que se busca y se defiende
como triunfo sin igual.

Encabezado famoso,
conocido del lector,
en los Cien Años de Gabo
y el Laberinto de Paz.
 Eduardo Sánchez 

viernes, 4 de enero de 2019

Bendita ceguera


                                                          
Después de varios meses deplorables, decidí renunciar a la comodidad del viejo sofá, salir al mundo, recuperar mi autonomía y libertad, inexistentes tras haber perdido la vista en aquel accidente donde fui el único que resultó con vida.
Era ella, precisamente, la que me llamaba a abandonar la holgura y reiniciarme. Ese día, amanecí con una necesidad casi violenta de recuperar lo perdido, no solo la luz en los ojos se había ido, los amigos estaban más lejanos que nunca, mi novia, la bailarina, había desaparecido, ya ni contestaba mis llamadas, se fue hasta con los ahorros que teníamos para casarnos ese fin de año. Buscando la manera de ponerme en acción, me inscribí en los talleres de orientación y movilidad a partir del bastón, el de música y tareas cotidianas del Instituto para ciegos y débiles visuales, en el tiempo libre escuchaba audiolibros, grabados por un grupo de voluntarios colaboradores con la escuela. Así terminé de escuchar la colección completa de Carlos Castaneda, mezcla de psicodelia y contracultura setentera. He disfrutado también, “Hojas de hierba” de Walt Whitman, claro, por su celebración a la vida, pero en gran parte también por la dulce voz femenina que acertadamente lo lee, de manera que he quedado enamorado de ella, repitiendo su audición tantas veces, que me dicen que tengo el disco muy gastado.
La otra tarde, aniversario del Instituto, se otorgaba un reconocimiento al grupo “Amigos de la audioteca”, y precisamente la poseedora de esa magia lo recibió. Escuchando su discurso por el micrófono, me abrí paso entre los asistentes. En cuanto tuve la oportunidad de estar cerca, le confesé las horas de placer en la compañía de su voz, transformadora de esos versos y capítulos en algo tan especial que hace inevitable imaginar cómo puede ser en persona.
Con gran sorpresa me respondió: -- es un gusto saberlo, nadie antes me lo había dicho, tus palabras son para mí algo más valioso que el diploma recibido hoy, si quieres podemos continuar la charla en el café de la esquina, aquí hay mucha gente. Sin prisas, en el café, como en un poema de Benedetti, la charla fue desde la presentación formal, al gusto por la cultura, especialmente los libros y la poesía.
Elogié su altruismo con expreso y, con unos martinis brindamos por la coincidencia que más tarde pasó a ser confidencia.
Al salir llovía a cántaros, de modo que llegando a su departamento tan solo a dos calles de ahí, estábamos tan empapados que me invitó a pasar. Tras un breve silencio le dije: - cuanto daría por conocerte, me tomó de la mano y acuclillándose dijo:
--Ven, acostémonos en la alfombra hasta que pase el aguacero, ponte cómodo, apoya tu cabeza en mis caderas, abre mi blusa, hunde tu lengua en mi pecho y toca mi frío corazón desnudo.
-- Oírte, tocarte, conocerte con mi  boca, con mi lengua, con mis manos es un milagro para mí, la vida me ha cerrado los ojos pero ha dado a mi mano el poder que te eriza cada pelo, y que comprueba, al tocar tu boca, una sonrisa.
Nos dimos besos largos, estirados, que abarcaron desde nuestras bocas hasta  los pies. Nos abrazamos, y como si me hubieran retirado una venda de los ojos pude ver con cada poro de mi piel las grandes estrellas en sus pechos y sentir en mis manos el despertar  de su voluptuoso monte dormido que cambiaba su tierna humedad por un fluir constante que competía con la lluvia de allá afuera.
Comprendí entonces que más allá de mis ojos está el espacio sin límites, el tiempo sin fin y que un abrazo tiene el frenético poder y la fuerza para romper candados, arrancar puertas y ventanas de sus marcos en los cuerpos amantes.
Cada que siembro un pino en la extensa fecundidad de su pradera, viene a mí una frase que oí de su voz, aun antes de conocerla.
“He aquí mi secreto que no puede ser más simple, solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.
Hemos sido inmensamente felices, y solo puedo decir que es, al mismo tiempo, mi mejor maestra y mi mejor libro para lectura Braile.



Eduardo Sánchez




jueves, 3 de enero de 2019

Birula

Gazella
emoción tubular verde brillante
sueño palpable al inicio de algún año del siglo pasado
cómplice instructora
 voz de campanas agudas
de círculos suaves y giros engranados
elegante hasta en tu sombra
floral en primavera
rehilete tricolor en septiembre.

Voladora del vértigo infantil
en las pendientes locas
promesa del viaje confiado
por el camino largo
en la compra cotidiana de la leche o las tortillas
gravedad en el descenso
pistones en las piernas cuesta arriba tus motores.

Inquietud lubricada en la línea de salida
para ganar o perder.
Experta en obstáculos
diversión creciente cuando de charcos se trata.

Propiedad compartida
taller de responsabilidad, constancia, equilibrio, alegría,
de cómo hacer amigos,
lección en cada caída.
Extensión del cuerpo niño para ir más allá
para llevar la carga, la que pesa y la que abraza
montado entre cadena y  freno.

No creciste conmigo
¿Qué fue de ti?
Invadida por la herrumbre
pálida
con tus giros atorados
tu pedal inmóvil
entre soles y lluvias


te perdiste,
 te perdí.

Eduardo Sánchez
 

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Amor y escritura

  Para el amor, como para la escritura, siempre hay tiempo...

Vicente Quirarte

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