BAHIA MAGDALENA
Texto del Poeta Vicente Quirarte. (Bahía Magdalena, UV, Luna Hiena, 1985 ) Las fotografías son en su mayoría mías y algunas de archivo. Me pareció una buena oportunidad de vincular el poema de mi compañero de escuela secundaria con el viaje a Bahia Magdalena que hice con mi familia en la temporada de ballenas 2007.
A Alejandro Abaroa y José Lozano. Para Manuel, Francisco, Laco, Fernando y Beto, Tripulación del Don José, porque su generosidad hizo posible éstas líneas.
(Preludio en tierra)
No obstante las bocas de las fábricas, Azcapotzalco nació esta mañana, luminoso. Las niñas de la parada del trolebús lavaban el día con sus canciones, su pelo lavado, sus uniformes. La transparencia del aire, promesa de una tarde plena, con esa excitación de niño en día viernes a punto de perder y recobrar su cuerpo en el vértigo de la resbaladilla.
El Ajusco realzó con su blancura nuestros rostros y la tarde fue un lento transcurrir de blandas horas, dinteles, alféizares, crepúsculos consumidos al fondo de la casa. Y a la salida del metro- el cotidiano descenso a nuestro Hades-el periódico descifró el milagro del día luminoso: ni las instalaciones de los Pershing II en Alemania, ni el alza en los precios ocupaban la primera plana: se hablaba de la llegada anual de las primeras ballenas grises a las aguas de Baja California.
I
En ese lomo se leen cicatrices de varias geografías: los mares de Bering y Chouchki, los pinos esbeltos de Vancouver, el litoral de California. Es un viaje de diez mil kilómetros donde prospera el hambre mientras la vida, necia e imparable, se gesta en este vientre submarino. No se precisa ceremonia: la cólera del mar entre los médanos acompaña al alba. Antes de la canción de los primeros pájaros, antes de que la brisa empañe la piel pulida del agua, en Boca de la Soledad es día de fiesta: la primera ballena hace su arribo.
El capitán del Don José calcula que más de doscientas ballenas han entrado a la Bahía Magdalena. Y quizá, mientras los nimios actos de cada día- resucitar en la taza de café, beber un vaso de agua, sonreir, creer en las palabras buenos días- que aquí recobran su magia primitiva, el nuevo ballenato nazca bajo la cubierta del barco. Se dice ballena y pensamos en los mapas, en monstruos con cabeza de dragón y el chorro en ondas barroquísimas.
Ya en los botes, Ruthie nos muestra su sistema para no perder de vista las ballenas, de acuerdo a las manecillas del reloj: las doce son el frente; las tres, el noreste; las seis, la retaguardia. De repente el There she blows de los antiguos balleneros se transforma en “una ballena a las doce”, “tres ballenas a las cuatro”, “ madre y ballenato a las siete”.
III
El primer chorro. Antes que en los ojos, en los oídos y, a riesgo de caer en obviedades, en el corazón. Resumen de la fuerza, coro de doce locomotoras al unísono, las ballenas grises de Bahía Magdalena emergen en las doce cifras del cuadrante y ojos, oídos, corazón abren sus puertas, se colman de esa energía donde parece concentrada la evolución entera. Y se descubre aquí un ojo, allá una aleta, el mugido, el lomo inmenso, el arqueo inverosímil de la columna para después saber que la ballena no es como aquella que nos pintaron en la infancia. Pero en Bahía Magdalena la satisfacción es -una de cal- que las realidades son superiores a los sueños.
IV
Volvemos al barco por la tarde. Nos bañamos, sabiendo que el agua no puede borrar los crepúsculos vividos por el día; leemos libros donde detallan los pasos de la ballena gris, la Eschrichtius robustus, al sumergirse, y en silencio reímos por la distancia que existe entre páginas muertas y la sabiduría de Laco, por quien vimos el abanico enorme –la cola de la ballena- hendir el aire. En la pantalla vemos imágenes de pájaros, dunas y ballenas, como si nuestra tecnología fuera capaz de aprisionar el vuelo, el salto, la lucha contra la muerte y contra el hambre. Después de la cena, los cigarros, los besos a la luz de la luna. En la serenidad de la noche, cuando en apariencia la lucha ha terminado, casi junto a nuestro lecho, como la arteria principal de nuestra galaxia, el resoplido. Arriba, parece que las estrellas temblaran y fueran a derrumbarse en la laguna.
V
El milagro es ya tan cotidiano, que nadie se asombra ya tras las apariciones. O quizá la vida consista en buscar nuevas formas del asombro, tras unos días de convivir con él y celebrarlo, serle fiel como la lengua, los dientes, la saliva, reciben con el mismo placer la fruta que trituran. El lomo de la ballena, mojado, inmenso como la mitad de un planeta, relumbra bajo el sol de mediodía. A su lado juguetea una escuela de delfines. Ella avanza lenta, majestuosa, y lanza solo de cuando en cuando su chorro a las alturas, segura de estar mas cerca del cielo que de sus perseguidores.
VI
Noche de fiesta en Bahía Magdalena. Una guitarra sola, el palmeo, las caderas cimbreantes son igual a la reunión de todas las orquestas. Mañana partimos y la víspera reclama a toda costa la alegría, el desenfreno, el alcohol que llega – caliente, recto, puro- hasta el estómago y engaña al frío que aumenta conforme avanza la noche. Los amigos,. El temblor en las voces conocidas y en las que hacemos poco a poco nuestras. Si éste fuera el primer día, que claridad de los futuros. De pronto la necesidad de estar solo, de alejarse de la hoguera, las risas, la guitarra, y mirar hacia adentro mirando hacia la noche. Bañada por la luz menguante, una ballena emerge detrás de su resuello. No hemos venido a conocerla: ella es quien desciende todos los años desde Alaska para que, al mirarla, recobremos la fé en las antiguas cosas cuyo sabor casi hemos olvidado.
VII
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