Hay días en que se despierta uno con esperanza en que se existen posibilidades de una medicina mas humana, hoy es uno de esos.
Les pido que nos sentemos a meditar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera.
Todos alguna vez nos doblegamos, pero hay algo que no falla y es la convicción de que únicamente los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la medicina y a la propia condición humana.
A medida que nos relacionamos de manera abstracta mas nos alejamos del corazón de nuestros pacientes, la indiferencia se adueña de nosotros y ellos se convierten en entidades nosologicas sin sangre ni nombre propios.
El contacto y el dialogo se esta perdiendo y quiere ser reemplazado por la visión hipnótica de la tecnología que nos hace perder a veces la capacidad de mirar lo cotidiano.
Se nos están cerrando los sentidos y cada día necesitamos de mas intensidad, no oímos lo que no esta cargado de decibeles ni vemos lo que no tiene luces de pantalla.
En la vida existe un valor que permanece muchas veces invisible pero que el hombre escucha en lo hondo de su alma: es la fidelidad o traición a lo que sentimos como un destino o una vocación a cumplir.
El destino se muestra en indicios insignificantes, pero que luego reconocemos como decisivos.
En el momento nuestras vidas están compuestas de hechos aislados, fragmentos de existencia estáticos que están reunidos por extrañas antipatías o simpatías pero a veces como hoy encontramos el hilo que las une y que las va haciendo salir una tras de otra en la búsqueda de algo absoluto.
Cierta perplejidad, la que une palabras como hijo, amor, dios, mar, muerte.
Eduardo Sánchez Gil
Por el placer de modificar los espacios en blanco y quizás algún día saber por qué los seres humanos somos tan vulnerables a las palabras.
martes, 23 de octubre de 2007
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